Mi marido tiene tetas


Adriana Vásquez está casada con Brigitte Luis Guillermo Baptiste, el director del Instituto Humboldt, el transgenerista más famoso de Colombia. Confesiones de una esposa que aprendió a ser feliz.

Mi marido tiene tetas. Fotografía Juan Camilo Palacio
Pocas veces comienzo una entrevista preguntándole a la entrevistada el nombre de su esposo.
Se llama Brigitte Luis Guillermo Baptiste y es el director del Instituto Humboldt. 

Algo me dice que si su esposo —quien además es un profesional muy reconocido en su medio— no fuera travesti, no estaríamos aquí en SoHo, haciendo esta entrevista. 
Pues le confieso que él está muerto de la envidia de que sea yo y no él el que salga en SoHo. 

¿Hace cuánto están casados?
Desde el 31 de diciembre de 1999. Tenemos dos hermosas niñas que viven una vida muy normal. 

¿Usted sabía que él era un travesti antes de casarse con él?
Sí, claro. Es que yo lo conocí en el Instituto Humboldt. Cuando él llegó yo ya trabajaba allí. Por cosas del destino terminó siendo mi jefe directo. 

Y ahí fue el flechazo, amor a primera vista…
Pues sí, algo pasó entre nosotros. Y fue en la primera cita, en un restaurante, que él me dijo, así de un tacazo: “Mira, Adriana, tengo algo que decirte: soy travesti”. A esa edad, tenía 28 años, sabía más o menos qué era un travesti pero no sabía qué implicaba. Además yo lo veía a él inteligente, brillante.

¿En ese entonces se vestía todavía de hombre?
Sí, lo único era que tenía el pelo muy largo, usaba candongas y hasta ahí, de repente el pantalón muy ajustado. Yo veía en él a un hombre, además de que su voz es tremendamente masculina, voz de locutor. 

¿Y qué reacción tuvo usted cuando él le contó que era un transgenerista?
En mi inocencia le dije de manera muy calmada que estaba bien, que yo también tenía un amigo que por las noches se trasformaba en budista; me pareció que era una revelación de una identidad secreta. Le dije que había visto cosas peores. Al comienzo él fue muy cauteloso con ese tema porque se acababa de separar de su esposa, después de dos años de matrimonio. Un buen día, él no pudo seguir con ese guardado y ¡chan!, le contó a la mujer: ella se espantó y se fue. Para Luis Guillermo eso fue muy doloroso. Por eso él era supercauteloso: él era el que trataba de poner el freno, mientras que a mí —que era más loca que una cabra—, eso me tenía sin cuidado.  

¿Me va a decir que no le importaba que su novio fuera travesti? 
No, en ese momento no me importaba. Estábamos comenzando a salir y además yo estaba muy descrestada con él porque era una persona absolutamente brillante y dulce. Pero además, le quiero decir una cosa: yo ya lo sabía de oídas. Una amiga que también trabajaba en el Instituto me lo había contado. 

Me gusta esa franqueza suya al aceptar que él le gustó no solo por su inteligencia y su dulzura, sino porque era un travesti. Hasta hace poco, a las mujeres que se atrevían a ser tan francas en ese terreno las ponían en la hoguera. 
Pues para que vea que la cosa siguió avanzando y avanzando. En un momento nos dimos cuenta de que ya estábamos viviendo juntos. Luego vino toda nuestra historia: tenemos dos hijas hermosas. 

¿Y las niñas entienden el transgenerismo de su padre? 
Mis hijas son aún pequeñas. Una tiene siete y la otra, nueve. Él es su papá y aunque todavía no hemos entrado a discutir cuestiones de género ni de diversidad, nuestra filosofía es darles la información que van solicitando. Lo que vayan preguntando se lo vamos respondiendo con mucha frescura y naturalidad porque los niños son así, directos, espontáneos. Ahí vamos. Estamos esperando la adolescencia.  

Cuando él decidió ponerse senos, ¿eso no la golpeó? No me diga que eso tampoco le impactó…
Sí, fue difícil. Eso fue hace cinco años. Ya estaban las dos chiquitas. Él siempre había tenido esa inquietud. Desde que empezamos a vivir juntos la cosa fue in crescendo, se disparó. Ya era la ropa, los tacones. Dejó de usar pantalones. Un buen día se puso una falda y yo dije: ¡ahh!… pues sí. 

¿Se ponía su ropa?
¡No, qué va!, yo me visto de botas con tacón bajito y medio hippie. Él tiene su propia ropa. Usa botas arriba de la rodilla. Y se las pone no por escandalizar, sino porque a él le gusta. Su ropero es tres veces más grande que el mío. Él se viste con una estética distinta, totalmente diferente a la mía; una estética que yo he ido aprendiendo a respetar. Le confieso que a mí me dio más duro ver cómo se vestía que se pusiera tetas. Esa estética es muy loba y estrafalaria. Hasta que él se puso falda, esa estética yo la entendía más como una excentricidad que como una transformación, y eso fue difícil. Solíamos discutir por las pintas, como me imagino que muchos otros matrimonios discuten por otras cosas. Un buen día me dijo: “Adriana, me voy a poner senos”. “Jiuuu —dije yo—, eso va a ser difícil”. Él me respondió que tenía que hacerlo. Tuvimos unas largas discusiones filosóficas de por qué eso era difícil para mí. Él me decía: “¡Pero si voy a seguir siendo yo!, el que tú conoces”. Y yo le respondía diciéndole que me entendiera, que lo que él se iba a hacer no era respingarse la nariz. Mi cabeza iba más rápido que mis tripas y mi estética. Yo también tenía una historia táctil y corporal, y a mí a fin de cuentas me gustan los hombres. Yo le decía: “Si tú fueras mi amigo, yo misma te llevaría a la clínica, pero como soy tu compañera me da duro, porque cuando por la noche me acueste en la cama no sé con qué me voy a encontrar ni qué voy a sentir por dentro”. Él, con toda la dulzura del mundo, me dijo un día: “No puedo. Si no lo hacemos va a ser peor”. Finalmente le dije: “¿Sabe qué? ¡Hágale!”. Yo misma lo llevé a la clínica y estuve con él en la cirugía. Cuando llegamos a la casa, luego de salir de la clínica, comenzaron a llegar los amigos: a él lo felicitaban y a mí me daban el sentido pésame. 

¿No fue a buscar ayuda profesional?
Sí, fui a donde una psicóloga. Fui porque sentí que no iba a aguantar, pero creo que no me sirvió mucho. Yo tenía un discurso claro: sabía que Luis Gui era una persona con una vida totalmente coherente. Lo que piensa, lo hace. Y a mí eso me parece fabuloso. Ya quisiera yo tener ese coraje y esa coherencia. Pero además me puse a pensar que yo opinaba igual y que él estaba haciendo lo correcto. Luego de varios meses me cansé de ir. De repente, como en una epifanía, ¡pling!, me tranquilicé. 

Se necesita mucho amor para llegar a donde usted ha llegado…
Eso era lo que yo me repetía: yo sí lo quiero, yo sí lo quiero. En realidad los dos tenemos una excelente relación, hablamos, nos divertimos, tenemos muchas afinidades. Mire, mi mamá me decía que de los novios que he tenido, en realidad Luis Gui es el más normal de todos. Lo único que le he pedido es que no se cambie la voz. En el fondo llegué a la conclusión de que yo no tenía que soportarme ni a un borracho, ni a alguien que me pegara. Luis Gui es juicioso, buen profesional, buen papá. ¿Qué más puedo pedir? 

¿Y cuando ustedes salen por la calle la gente no se sorprende al verlos? 
Tenemos la fortuna de que siempre estamos rodeados de gente que nos conoce, de gente inteligente y respetuosa. Nosotros somos una familia seguramente con pinta rara, pero a los diez minutos que hablas con nosotros nos comportamos como cualquier familia normal. Pero claro, en ciertos espacios no nos pasa eso. Una vez decidimos ir a Piscilago. Qué jartera, todo el mundo era mirándonos. Fue muy molesto. Soy muy discreta y no me gusta que me miren así. Luis Gui sí tiene más manejo escénico porque, precisamente, eso hace parte de su estética. 

Y para rumbear, ¿cómo es la movida?
Ahí tenemos un gran problema: a Luis Gui le gusta el trance y a mí la salsa. Cuando salimos a bailar, salimos siempre con amigos. Hay que ser precavidos, porque si bien nunca nos ha pasado nada, uno nunca sabe. 

¿No se habrá convertido usted en gay?
Pues yo no sé. Lo único que puedo decir es que yo ando con Luis Gui y vivo feliz y no sé si eso me cataloga o no como gay. Lo que entiendo del transgenerismo es que es un trans, porque en realidad esas personas no son mujeres. Luis Gui me parece una persona en evolución que va buscando su camino. 

¿Luis Guillermo hace levantes?
Él es muy juicioso, pero tiene sus fans. Usted sabe, hay mucha gente por ahí con aberraciones. Y hace sus levantes, pero lo más interesante es que sus estudiantes lo quieren y lo defienden. 

¿Qué ha aprendido de esta experiencia de vida?
Estudié Sociología en la Nacional, y aunque nunca fui revolucionaria, mis compañeros de más edad sí lo eran. Creo que esta es la pequeña revolución que me tocó dar a mí y la libro con mucho gusto. El transgenerismo es más frecuente de lo que todos pensamos. Esta es mi pequeña batalla.

Me da la impresión de que sexualmente ustedes son la berraquera.
Sí... Incluso desde antes de que se pusiera las tetas nos entendíamos muy bien. Efectivamente tocó reacomodarse cuando se las puso, pero yo creo que ese es un tema que les pasa a todos los matrimonios después de un tiempo. El sexo hay que reinventarlo para no aburrirse... Con decirle que ya sus tetas no son para mí ninguna sorpresa.